Para
conocer la cosmovisión andina en su real sentido, es preciso vaciarnos
de los conceptos que tenemos insertados, implantados, sobre AMOR y
LIBERTAD. En realidad, deberíamos vaciarnos de conceptos y pensar como
un Inca precolombino, lo cual ya es demasiado difícil. Nuestros
ancestros tenían conceptos muy diferentes a los que tenemos hoy. Algunos
conceptos, ni si quiera existían en la época precolombina. Por este
motivo, cualquier sabiduría ancestral a la que podamos acceder, siempre
está contaminada con los significados actuales. Tratemos de incorporar
este escrito con el corazón y la mente libre de conceptos y
significados. Intentemos abrirnos a la sabiduría como un contenedor
vacío... sin conceptos, sin creencias. Tal vez, de este modo podamos
comprender por qué hemos perdido el contacto y por qué damos
significados erróneos a las enseñanzas de los abuelos.
Está impreso en nuestro ADN. Dejemos fluir la voz de nuestros ancestros.
Vayamos más allá del intelecto... más allá de la mente...
Según
las fuentes de las ancianas sabias y de los ancianos sabios, nunca hubo
en el Abya Yala ancestral la “libertad”. Nadie nos decíamos libres como
en la sociedad occidental, sino todos vivíamos en complementación, lo
que era mucho más que libertad.
Cuando
el ser humano, sea de cualquier capa, clase, status social, dice que es
libre, se separa de lo natural y cósmico, a la vez que se deshumaniza
totalmente. Así, ya no es más humano, sino que ha llegado a ser una
“cosa” humana, una “mercancía” humana, una “máquina” humana, un "objeto"
humano, un esclavo el día de hoy.
Hace
apenas 500 años, los pueblos comunitarios nos extendíamos desde los
hielos de Alaska hasta los de la Tierra del Fuego (Abya Yala). Esta
confederación de naciones, iguales por dentro y parecidas por fuera,
resultó de una memoria de tradiciones, de una sabiduría cristalizada
pacientemente a lo largo de muchos siglos de aprendizaje.
Durante
este tiempo, todo lo que existe en la Tierra, en su interior, en su
rostro o superficie, en su encima o atmósfera, la Tierra como parte del
Cosmos, el Cosmos como parte de este Todo, que nuestros ancestros
llamaron toda la Realidad, LA PACHA, todo esto se movía y se cambiaba en
lo que llamamos el orden de La Unidad.
Vivíamos
en unidad con la Naturaleza y el Cosmos. Todo lo que existe,
reconocíamos y respetábamos como Es, unido cada cual a Todo. Los seres
humanos no nos sentíamos, no nos pensábamos, no nos intuíamos, no nos
imaginábamos, no nos soñábamos fuera de la realidad, sino que por el
contrario nos apreciábamos parte de la realidad misma, de la pacha.
En
el Tawantinsuyu nadie se sintió rey de la creación ni amo de plantas,
animales, tierras, ni humanos. Como todos eran semejantes-diferentes,
ninguno de los seres de la Pacha, ni el ser humano originario, podía
considerarse como el centro de la realidad, ni mucho menos ser extraño a
la realidad misma, sino que se consideró parte de una realidad viva.
Fuera de las leyes cósmicas no podemos vivir. Obedecemos todos a las
mismas leyes naturales que regulan la fecundidad, nacimiento y muerte.
Así,
nuestras comunidades sienten en sí la suma infinita de contracciones y
dilataciones de todos los astros, de aspiraciones y expiraciones de
todas las plantas y animales, de sístoles y diástoles de todos los
corazones, del dar y tomar de todas las cosas. Estos dos momentos, con
su oscilación mantienen la vida que conocemos. Ellos también existen
como luz y sombra, calor y frío, verano e invierno, día y noche. Por
eso, no es nuestra la oposición bien-mal, dios-satán, amor-odio. Nuestro
padre, el Sol, no tiene su opuesto enemigo en la Luna, ni en la tierra,
sino sus complementos. Sentimos la diferencia bien-menos bien, me gusta
más-me gusta menos, ambos necesarios para la vida en uno u otro
momento.
Cualquier
cosa en la realidad, en la pacha, es diferente y es semejante. Por lo
diferente, una planta es una planta y por lo semejante es natural y
cósmico. Si ponemos al lado de esta planta un sol, la planta es
diferente al sol y el sol es diferente a la planta, pero al mismo tiempo
la planta es semejante al sol por lo natural y lo cósmico, y el sol es
semejante a la planta por lo natural y lo cósmico. Dentro la sociedad de
la abundancia, vivíamos socialmente en equilibrio, identidad,
complementación y consenso. Ninguno era superior a nadie.
Nadie
nos sentimos rey de la creación, ni amo de plantas, animales, tierras
ni humanos. Éramos las otras formas de vida con otra cara.
Sintiéndonos
y sabiéndonos eslabón, insignificante y cósmico al mismo tiempo,
podíamos hablar con ríos y montañas, saludarlos, pedirles permiso para
atravesarlos. Percibíamos sus cambios y humor. Nos sentíamos siempre
acompañados por las diferentes formas que adquiere la vida en cada
momento. Los pescadores jóvenes saben aún preguntar a los viejos: ¿Cómo
hay que saludar al mar para que no se canse?.
El
hombre y la mujer nos sentimos en toda la pacha. Tenemos que vivir como
expresión que somos de la pacha, como expresiones individuales que
somos de la pacha. Nosotros no sólo somos imagen y semejanza de todo
cualquier otro elemento de la realidad, somos a la vez, imagen y
semejanza de todo. En el mundo originario de nuestros ancestros, cada
individuo semejante-diferente veíamos, sentíamos, imaginábamos la Pacha
en lo común o semejante, y en lo diferente.
Veíamos
lo que era común o semejante, a la misma vez que veíamos como éramos
diferentes a los otros individuos de la Pacha, que tenían sus propias
identidades semejantes-diferentes. Así, con la experiencia aprendimos a
diferenciar las piedras por su sexo, a escoger las piedras machos para
calentarlas al rojo vivo sin que estallen y cocinar con ellas, y separar
las piedras hembras que aceptaban ser talladas.
Los
seres humanos no teníamos ningún privilegio o hegemonía humana.
Reconocíamos que todo en la realidad es nuestro “hermano”, que es como
nosotros, que todo tiene como nosotros: “vida”; que nada es sólo una
“cosa”, “algo” que no merezca considerarse “hermano”, sea cual fuese su
naturaleza.
Tomado del blog de http://cusihuasi.ning.com - La casa de la alegria
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